Las Caderechas. El valle de las sensaciones.
Texto y fotografías:
Enrique del Rivero
Las Caderechas es un pequeño y sorprendente enclave burgalés situado en el costado noroccidental de la comarca de La Bureba. Su quebrado y aislado paisaje, pintado con el verde de los bosques y los árboles frutales, aparece salpicado de pintorescos pueblos que han sabido conservar todo el sabor de su bella y funcional arquitectura popular. Los viajeros que se internen por las tranquilas carreteras que discurren por los distintos valles que forman Las Caderechas van a descubrir y disfrutar de un territorio tocado por una miríada de sensaciones que impregnan todos los sentidos.
Cualquier época es buena para visitar estos recónditos y bellos parajes, pero si hubiese que elegir solamente una, habría que quedarse con el primaveral mes de abril: cuando Las Caderechas se cubren con el espectacular manto blanco de sus cerezos en flor.
El aislado y boscoso paisaje de Las Caderechas constituye un definido contrapunto a las mesetarias tierras que le sirven de antesala. La principal puerta de entrada a la quebrada sucesión de estrechos valles que dan forma a la comarca se encuentra a la altura de Salas de Bureba, localidad con abundantes casonas señoriales y desde la que se debe tomar la estrecha y tranquila carretera que enfila al encuentro del corazón de la comarca.
En el camino comienza la alternancia entre los dos elementos que caracterizan su paisaje vegetal: los maduros bosques de pino, quejigo y encina, con los campos de cerezos y manzanos. Si los primeros sirven de refugio a una importante comunidad faunística, con abundancia de corzos, jabalíes, ardillas y aves forestales; los segundos son los responsables de las afamadas –con sendas Marcas de Garantía que avalan su calidad–, cerezas y manzanas reineta de Las Caderechas. Unos cultivos frutales de larga tradición que ya están reseñados en documentos del monasterio de San Salvador de Oña fechados en el año 1032.
El pueblo del agua
La carretera alcanza sin problemas un pueblo que desde luego hace honor a su nombre. En Aguas Cándidas, que literalmente significa aguas blancas o transparentes, brotan varios manantiales de abundante y constante caudal que incrementan de manera notable al modesto arroyo Vadillo.
En el caserío de esta tranquila localidad, que se encarama por una suave ladera, predominan las muestras de arquitectura popular propia de la comarca. Junto a las casas campesinas, en las que destacan los materiales pétreos, se localizan algunas casonas señoriales de gran porte y con sus correspondientes escudos blasonados. En lo más alto de Aguas Cándidas se alza un gran templo parroquial reformado a lo largo del siglo XVII. De las inmediaciones de esta población parte una estrecha carretera que se acerca hasta el aislado y tranquilo, rodeado de bosques, pueblo de Padrones de Bureba.
Las Narices y el Infierno
La carretera atraviesa el pueblo en un par de cerradas curvas que permiten ganar altura y acercarse hasta la entrada de la estrecha y profunda hoz que está en la raíz etimológica del nombre de Hozabejas.
Hay que continuar unos kilómetros en dirección a Escóbados de Abajo para percibir toda la grandeza natural del desfiladero. Mientras sus laderas inferiores aparecen cubiertas por una espesa masa vegetal en la que se entremezclan, chopos, alisos, arces, fresnos, tilos, quejigos, encinas y pinos; las zonas más elevadas se resuelven en vertiginosas cresterías calizas en las que tienen sus nidos un gran número de buitres leonados, águilas reales, alimoches, halcones peregrinos y búhos reales. También se descubre en lo más alto las múltiples entradas a un laberíntico complejo de cuevas que son conocidas como Las Narices y en las que es posible que existieran algunas pinturas rupestres de origen paleolítico.
Los Miradores de Las Caderechas
Enseguida se llega a una pequeña aldea que tiene el honor de compartir el nombre con la capital de España: Madrid de las Caderechas. El recorrido atraviesa la localidad sin sufrir ningún atasco y alcanza Huéspeda. Un tranquilo pueblo situado a 859 metros de altura desde el que se dominan unas extraordinarias panorámicas de todo el Valle de las Caderechas. Otra vez por Madrid hay que continuar por el carreteril asfaltado que discurre en paralelo a las cresterías que aíslan la comarca de los fríos vientos del norte y contribuyen al excepcional microclima que reina en el entorno y que favorece la producción de los abundantes cerezos y manzanos. Tras pasar por Herrera, desde donde también se disfruta de unas excelentes vistas, la carretera –hay que tomar dos cruces hacia la derecha– vuelve a internarse por un denso pinar que la acompañará hasta alcanzar Quintanaopio. Como casi todas las localidades de Las Caderechas, este pueblo tiene una sonora denominación con un origen etimológico que hace referencia a un nombre propio de persona: Oppio.
Una tierra con historia y arte
La carretera prosigue, paralela al curso del arroyo Vadillo, su calmada marcha al encuentro de Río Quintanilla. Hacia la derecha se divisan los llamativos perfiles de dos de las montañas con más altura y personalidad de la zona: Peña Alborto y Castil Viejo. Río Quintanilla cuenta con dos núcleos de población bien definidos y separados por unos 500 metros.
El primero que se alcanza está formado por un conjunto de casas levantadas con una bella y dorada piedra de toba. Las construcciones guardan, en las recercas de las ventanas y en las dovelas de las puertas, el aire hidalgo de sus promotores. Para visitar el núcleo principal de Río Quintanilla hay que tomar la carretera que por la derecha se dirige hacia Quintanaopio. Antes se descubre, encaramada en un altozano, la iglesia de los santos Emeterio y Celedonio, de estilo románico y que puede fecharse a mediados del siglo XII. Con su nave única, su ábside semicircular y su peculiar espadaña sobre el arco triunfal es uno de los monumentos más destacados de Las Caderechas. Su interior también guarda dos notables sorpresas artísticas: las pinturas murales que representan la bóveda celestial estrellada, ejecutadas con el estilo propio del arte rural de transición entre el románico y el gótico, y una valiosa pila bautismal. Al llegar a Río Quintanilla el viajero se va a topar con un restaurado torreón que sobre un rocoso espolón defiende, desde los primeros tiempos altomedievales, una de las más estratégicas entradas a la comarca. La construcción actual tiene planta cuadrada, está levantada con la toba de la zona y data de pleno siglo XV. En sus macizos muros se abren unas cuantas y rasgadas troneras.
Con sabor medieval
De regreso hacia el valle y de camino hacia Rucandio se pasa bajo los verticales paredones del Portillo del Infierno, por donde discurre un viejo camino carretero –por el que transitaban los famosos arrieros de Las Caderechas– ideal para efectuar atractivos recorridos senderistas.
Rucandio sigue manteniendo su estructura como núcleo medieval con sus casas agrupadas en cerradas manzanas y una arquitectura que se caracteriza por el empleo de la piedra en las plantas bajas y de los entramados verticales de madera rellenos de piedra menuda cogida con mortero de cal o yeso en las superiores. Casi todas las construcciones suelen ser altas con dos o tres plantas en las que se reservaban grandes espacios para almacenar la abundante fruta producida en el valle.
Los siguientes pueblos del recorrido, Madrid de las Caderechas, Huéspeda y Herrera de Caderechas, se encuentran en la parte más alta de la comarca y para llegar hasta ellos es necesario ascender suavemente a través de un extenso pinar. Aunque aparecen algunos ejemplares de pino albar, la especie dominante es el pino pinaster que en su día fue introducido en la zona por su rica producción de resina.
La mayoría de los viejos árboles muestran sus retorcidos troncos recorridos por las largas cicatrices del sangrado resinero. También de vez en cuando se puede admirar el majestuoso porte de los centenarios quejigos que quedan del primitivo bosque autóctono.
Quintanaopio y su entorno
Quintanaopio se extiende a la sombra de El Mazo, una puntiaguda e inconfundible montaña. Su caserío está presidido por una iglesia parroquial que luce una portada gótica florida y que guarda en su interior un interesante retablo renacentista que puede fecharse hacia 1544, ha sido atribuido a Juan Díaz de Salas, y denota claras influencias de los dos más prestigiosos escultores burgaleses de la época: Felipe Bigarny y Diego de Siloe. Desde Quintanaopio hay que remontar unos kilómetros las aguas del arroyo Ojeda para alcanzar el pueblo del mismo nombre.
Un poco apartadas de la carretera y escondidas entre la vegetación se descubren algunas de sus antiguas casas levantadas con elegantes entramados medievales. Muy cerca y sobre un pequeño altozano se alzan los restos de la torre de los infanzones de Ojeda. Según algunos entusiastas historiadores un miembro de esta señorial familia burgalesa, Alonso de Ojeda, acompañó a Cristóbal Colón en su segundo viaje al Nuevo Continente. De nuevo en Quintanaopio y antes de continuar hacia Cantabrana puede ser una buena idea internarse en el estrecho y feraz valle por el que discurren las cristalinas aguas del arroyo Vadillo.
Camino de Río Quintanilla se descubren algunos de los parajes más bellos de Las Caderechas. Entre todos destaca el presidido por la minúscula ermita de San Roque, en las inmediaciones de una antigua y abandonada central hidroeléctrica.
Camino de Hozabejas
Para continuar la ruta hay que desandar lo andado –de camino se localiza un antiguo molino harinero que utilizaba las aguas del arroyo Vadillo– hasta alcanzar de nuevo el cruce que enfila hacia Hozabejas y Rucandio. El cada vez más escarpado paisaje anuncia la proximidad de los elevados paredones rocosos que enmarcan la comarca y que le otorgan su característico armazón paisajístico.
Una personalidad geográfica que se sustenta en su privilegiado emplazamiento en el límite de tres grandes unidades geomorfológicas del norte de la provincia de Burgos: las parameras de La Lora, el Valle de Valdivielso y la depresión de La Bureba. Su estructura, cerrada al norte y al oeste por una elevada cresta caliza, se presenta como una gran hoya o depresión protegida de los dominantes vientos norteños y surcada por los profundos valles abiertos por una serie de modestos arroyos tributarios, a través del Homino y el Oca, del no muy lejano río Ebro. Hozabejas es una pintoresca localidad, rodeada de bosques y árboles frutales, situada a los pies de la Peña Cironte y a las puertas del desfiladero por el que transitaba una antigua y estratégica vía de comunicación entre Cantabria y La Rioja. Su alargado perfil urbano todavía conserva el trazado lineal de pueblo camino y entre su patrimonio destacan, además de una llamativa arquitectura popular de entramados, los restos de un acueducto erigido en el siglo XVII para conducir las generosas y represadas aguas del arroyo Hozabejas hasta las huertas y campos de los alrededores.
Los habitantes del bosque
Favorecidos por un denso sotobosque de helechos, brezos y boj en estos bosques encuentra refugio una variada cohorte animal. Los jabalíes y, sobre todo, los corzos son las piezas preferidas de los lobos que algunas veces se acercan a cazar desde sus guaridas de las parameras de La Lora. Así mismo son muy abundantes las ardillas y no es rara la presencia de zorros y gatos monteses. Tampoco es difícil sorprender ruidosas bandadas de piquituertos en busca de piñas, que se cruzan en sus alborotados vuelos con carboneros, cucos, picapinos y pitos reales. Entre las rapaces del bosque están presentes águilas culebreras, halcones abejeros, gavilanes y azores. En el suave ascenso hacia Madrid de las Caderechas llaman la atención, por su fuerte contraste con el verde de la vegetación, unas blanquísimas manchas del terreno que anuncian la presencia de una apreciada arcilla: el caolín. Hay que saber que las rocas y materiales de la zona pertenecen al Cretácico Inferior y al Jurásico y están constituidas esencialmente por las mencionadas arcillas, arenas, areniscas, calizas arenosas, margas y conglomerados cuarcíticos. Estos últimos fueron depositados en la cubeta de Caderechas hace 160 millones de años por el delta de un caudaloso río. Otro interesante detalle sobre la geología caderechana es la abundancia de fósiles de grandes y vistosos ammonites y belemnites.
El río Caderechano
El tramo final de la ruta discurre en paralelo al curso de río Caderechano que tiene sus fuentes en Rucandio y que antes de desembocar en el río Homino recorre cerca de 45 kilómetros. Enseguida se llega hasta Cantabrana un pueblo que conserva un rico patrimonio centrado en un buen número de casas populares con entramados, varias casonas señoriales de amplios aleros y una iglesia parroquial del siglo XVII con un retablo mayor dedicado al Apóstol Santiago. Cantabrana es famosa por la raíz etimológica de su topónimo, que algunos eruditos hacen derivar del término cántabro. Esto último ha hecho pensar a varios historiadores que cerca de Cantabrana se encontraba el límite entre tres importantes pueblos prerromanos: cántabros, autrigones y turmogos.
Así mismo en la localidad se conservan algunas bodegas subterráneas en las que se guardaba el apreciado chacolí que se obtenía de las numerosas viñas plantadas en los alrededores. Otro cultivo que también supuso un notable desarrollo para Las Caderechas fue el del lino con el que, sobre todo en el transcurso del siglo XVI, se abastecían varios telares instalados en la comarca. Antes de abandonar definitivamente este bello y encantado territorio burgalés hay que atravesar Bentretea, la antigua Veintretea que ya era citada en un documento del monasterio de Oña del año 1011, en la que se alzan varias casas señoriales de época barroca.
Una de ellas luce un llamativo escudo policromado sostenido por dos leones tenantes. El último pueblo del Valle de Las Caderechas no podía ser otro que Terminón. Su nombre deriva de Terminus, dios romano de las fronteras, ya que el lugar fue frontera de sus legiones y zona de paso de alguna de sus importantes calzadas.